En la comarca de Los Pedroches,
una amplia zona ubicada en plena serranía cordobesa, muy apta para la ganadería
y la caza por lo que la población de la misma siempre vivió en el campo, en
contacto perenne con sus rebaños; negando con esa necesidad el establecimiento
de grandes núcleos poblacionales, proliferando en cambio pequeños asentamientos
unifamiliares; para en períodos de inseguridad como los que debido a la crisis
que sufre el Imperio Romano se están llevando a cabo en la Península Ibérica,
con la llegada a la misma de tribus bárbaras de origen godo, provenientes del
Norte de Europa que desarraigados de un entrono, reclaman a Roma tierras para
asentarse dentro del Imperio; pueblos éstos que unas veces guerrearán como
aliados de los romanos y otras veces en contra, arrasando y pasando a cuchillo
a poblaciones enteras, por lo que con la violencia desatada aparecerán
asentamientos rurales más amplios formados por varias familias, que si no
edificados en una sola manzana, sí se ubican cercanos los unos a los otros,
mostrándose así más seguras en la confianza de unos vecinos con otros, que
saben que acudirán a la menor señal de peligro creada, bien por fuertes
guerreros más o menos organizados que quieran traer a su paso la muerte y
desolación, o vivir un tanto ‘agrupados’ en defensa de las no menos fructíferas
enfermedades causadas por la peste que asolará Andalucía, y como no, a esta
comarca de Sierra Morena.
Con
la desamortización
civil del mediados del S. XIX estos territorios de Los Pedroches serán
puestos en explotación, la que será iniciada cercando las propiedades con
vallas de piedra procedentes las más de las veces de los asentamientos que en
dichas épocas fueron construidos y que se mostraban sobre el terreno derruidos,
significando un estorbo tanto para la ganadería como para la agricultura; una
vez limpiadas dichas propiedades serán sometidas a explotación
agrosilvopastoril donde el arado tendrá función primordial en el
“descubrimiento” de los estratos inferiores de los lugares que tuvieron
hábitats, encontrando la morada de los habitantes que habían muerto en sus
casas.
·
En los inicios de la tercera década del S. XX vienen a Vva. De Córdoba un
equipo de trabajo para atajar unas plagas de oruga que asolaban el encinar de
Los Pedroches; equipo formado por un Ingeniero de Montes, D. Manuel Aulló, y su
subordinado el Ayudante de Monte, D. Ángel Riesgo, trabajos estos que
se acometen con infinidad de visitas al campo, en el que este último aficionado
a la arqueología dará cuenta de los hallazgos que se suceden, no sólo de
monumentos funerarios megalíticos, sino que junto a los asentamientos romanos y
visigodos que encuentra, también va a descubrir según su Libreta Nª 1 (Diario
de Campo desde 1921 a 1935) las necrópolis de dichos asentamientos, excavando
sin rigor científico 293 tumbas, extrayendo de las mismas los diversos objetos
que contenían, encontrando en muchos de ellos unas jarras de cerámica con
huellas de haber prestado anteriormente servicio de cocina, que ya amortizados
en el momento de ser depositados en la tumba; junto con pequeños cacerolas
también de arcilla y platos de cristal muy fino decorados algunos de ellos con
cruces patadas , tan usados en la ornamentación religiosa del período
visigodo; los que aparecerán colocados en situación sobre los cadáveres unas
veces colocadas sobre el hombre derecho, y otros sobre el izquierdo,
representando un enigma para los arqueólogos que no sabían el porqué de esa
situación específica en el interior de la tumba; a través del análisis de los
cadáveres que contenían comprobaron que los cadáveres que tenían colocado
alguno de los objetos citados sobre el hombro derecho se trataba de un varón; y
por el contrario si estaba situado el jarro, plato, cacerola, etc. sobre el
lado izquierdo se trataba del femenino;
esta incógnita estaba ya resuelta, quedaba por saber que significado tenían en
el interior de la tumba, aparte de definir el sexo.
En
estas épocas de la tardoromanidad visigoda todos los enterramientos están
influidos por el ritual romano; consistente entre otras cosas en el momento de
ser enterrado el cadáver someter a purificación el mismo vertiendo sobre su
cuerpo y cabeza vino desde un cuenco o jarro; ritual éste que en época algo más
tardía (S. VI) este se sustituyó por el significado más acorde con la religión
que se extendió por el mundo; el Cristianismo, siendo fácil identificar el
vertido de los líquidos con el bautismo, que constituyó un vertido purificador
e iniciativo pudiendo adquirir la situación de dichas jarritas junto a la
cabeza del cadáver el significado bautismal del nuevo Cristianismo.
Riesgo, A. (1936) El auxiliar de la Ingeniería y
Arquitectura.
Carmona, S. (1998) Mundo Funerario Rural en la Andalucía
Tardoantigua y de Época Visigoda. La Necrópolis de El Ruedo. (Almedinilla,
Córdoba)
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